La vida de los malhechores es efímera como la hierba de primavera. El justo, por el contrario, tiene una existencia lozana, frondosa. Como la vieja palmera, da frutos hasta en su vejez. La tierra en la que ha sido plantado el justo es una tierra de bendición. Dios mismo renueva el vigor de quienes esperan en Él. Tierra de bendición, tierra fértil es Cristo. Quien permanece en Cristo da mucho fruto. Son frutos exóticos en nuestra estéril tierra: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. Quienes deseen adquirir tales frutos deberán pagar su precio: crucificar la carne con sus apetencias. El que haya pagado el precio se hará acreedor a comer del árbol de la Vida, cuyo fruto sazonado se le ofrece con una periodicidad mensual; cuyas hojas son medicinales (Ap 22,2). Habrá encontrado la tierra fértil que es la casa del Señor, en la que el hombre interior se renueva de día en día.
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