Debemos tener siempre presente el verdadero valor de nuestra vida, el gran valor de nuestra alma.
Nada importa la actividad exterior de nuestra vida:sea el trabajo en el campo o en el monte o en una fábrica,
en una escuela o en una oficina, en un ferrocarril o en un barco, en un convento, en una parroquia o como misionero en un país pagano...
Poco importa todo esto, cómo se devoran o extinguen nuestros días y nuestras fuerzas, en trabajos públicos u ocultos; nuestro valor, el valor de nuestro trabajo, de nuestra soledad, de nuestra vida es para todos nosotros sin excepción el mismo: Dios y su gracia.
En esto hemos de pensar más a menudo, reflexionando sobre ello y así encontraremos motivos muy fundados para alegrarnos y agradecer a Dios.
Reconociendo nuestro verdadero valor sobrenatural hemos de vivir esta vida alegres y seguros, enfrentando audazmente todo menosprecio y desprecio de los hombres.
“Ora comáis, ora bebáis o hagáis cualquiera otra cosa: hacedlo todo a gloria de Dios”. (I Corintios 19,31)
Santiago Koch, SVD (de: Tu compañero de jornada al encuentro con Dios)
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